Una serie de velas desprenden una tenue luz que ilumina la habitación. En el piso, flores de cempasúchil forman un camino. El ambiente huele a incienso, pero conforme se avanza, en el aire se combinan diferentes aromas: mole, pan, café, tamales, mandarinas... Retratos, papel picado de colores y calaveras de dulce son algunos elementos que se distinguen a simple vista sobre una mesa al final de la ruta floral.
Cada 1 y 2 de noviembre este escenario es el modo como los mexicanos recuerdan a sus seres queridos que se les "adelantaron en el camino". La historiadora Elsa Malvido (1941-2011), quien dedicó gran parte de su vida a estudiar el papel de la muerte en el país, refutaba los orígenes prehispánicos de esta celebración. Ella sostenía, al igual que otros arqueólogos, que dichas raíces fueron integradas como parte del proyecto de construcción de una identidad nacional impulsado por el gobierno de Lázaro Cárdenas.
La investigadora, quien trabajó en la Durección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, relata en su texto "La festividad de Todos Santos, fieles difuntos y su altar de muertos en México", que en el siglo XI el abad de Cluny promovió que el 1 de noviembre fuera consierado para la celebración de Todos los Santos en honor a los macabeos, una familia de patriotas judíos reconocidos como mártires en el santoral católico. En el siglo XIII la festividad fue reconocida por la iglesia católica; consistía en sacar de las iglesias los restos de los santos y exponerlos para que las personas pudieran visitarlos y orar por ellos a fin de recibir indulgencias.
Afuera de la iglesia, se vendían reproducciones en azúcar y pan de estos huesos, las cuales eran compradas por los orantes y luego bendecidas; posteriormente se las llevaban a casa y las colocaban en una mesa con una imagen de su santo preferido. Esta acción es el orígen del altar que se pone hoy en día, y esas reproducciones de azúcar son las que conocemos como calaveritas. La celebración llegó a la Nueva España con la Conquista.
La festividad del 2 de noviembre para los Fieles Difuntos comenzó en el siglo XIV. La costumbre de visitar a los muertos en los panteones surgió después de la pandemia de cólera en 1833. En aquel tiempo los cadáveres dejaron de exhumarse en iglesias y comenzaron a enterrarse en lugares al aire libre fuera de las ciudades. La travesía para llegar a los nuevos panteones era un camino largo y cansado, por ello las personas terminaban comiendo y bebiendo a un lado de las tumbas. Ambas celebraciones se conjuntaron en México se conjuntaron en siglos pasados.